
El presidente Joe Biden cumplió su primer año al frente de la Oficina Oval. Justo el miércoles, un día antes, ofreció una combativa rueda de prensa en la que destacó los logros de su gestión, entre ellos la aprobación de un plan de estímulos para enfrentar la pandemia, otro para renovar la infraestructura del país y un exitoso programa de vacunación contra el covid-19, que logró inocular con al menos una dosis al 75 por ciento de la población.
Si no ha hecho más, dijo, es por una destructiva oposición republicana que está empeñada en hundir su agenda simplemente porque lo detestan.
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“Nunca anticipé que su objetivo central era que yo no pudiese hacer nada”, dijo el mandatario en el encuentro con los medios, que se extendió por más de dos horas.
Y aunque ambas premisas tienen algo de cierto (que hay cosas buenas por contar y que los republicanos se han empeñado en erosionar su joven gobierno), la mayoría de los estadounidenses no lo ve así. Por el contrario, están bastante inconformes con lo que va de su mandato.
De acuerdo con el promedio de encuesta del Real Clear Politics y el portal 538, la popularidad de Biden se encuentra en un 41,9 por ciento con un índice de desaprobación del 52,5 por ciento. Para ponerlo en contexto, solo un presidente (Donald Trump) ha tenido peores números que esos en los últimos 75 años. Y no por mucho, pues el líder republicano, que siempre fue polémico e impopular, sumaba un 39,5 por ciento de aprobación en este mismo punto de su gobierno.
Inconformidad interna
Los números de Biden son malos incluso entre los demócratas, su propio partido. Del 98 por ciento que lo respaldaba al comienzo de su gestión se ha caído a un 80 por ciento pasados 365 días. Entre los independientes, que suelen definir las elecciones presidenciales en EE. UU., la caída es aún más aguda. Pasó de un 60 a solo un 30 por ciento en menos de un año.
Aunque desde el comienzo se sabía que Biden no la tendría fácil luego de las traumáticas elecciones del 2020, que polarizaron aún más al país, su gestión ha estado plagada de desafíos y errores propios que explican el delicado momento en el que se encuentra su presidencia.
Y aunque son muchos, la mayoría de analistas apuntan a tres factores centrales. La retirada de Afganistán en agosto pasado, la persistencia del coronavirus, que sigue alterando el diario vivir de los estadounidenses y la galopante inflación, que ya alcanza índices históricos.
“El argumento era que tras los cuatro caóticos años de Trump, con Biden llegaba una administración competente y disciplinada de “adultos” que restaurarían el orden. Pero el improvisado repliegue de Afganistán acabó con esa idea. Si bien nadie anticipó que tras 20 años de intervención estadounidense el Gobierno en Kabul sucumbiría en un abrir y cerrar de ojos, Biden es responsable porque fue quien tomó la decisión y la ejecutó”, afirma Steven Law, que preside el Fondo para el Liderazgo Legislativo.
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El caso del coronavirus es diferente, pero su impacto sobre la percepción pública es similar. En gran parte, el triunfo de Biden en el 2020 se atribuyó al errático manejo de Trump frente a la pandemia y la promesa de que su administración sí podría ganarle la batalla al virus. Y las cosas arrancaron bien con la llegada de las vacunas, pese a que un sector de la población, especialmente republicanos, se resistían a los biológicos.
Pero, en el verano del año pasado apareció delta, una supervariante que causaba la enfermedad incluso entre los vacunados y luego ómicron, que aunque es menos letal, infecta por igual a inoculados y no inoculados.
La normalidad relativa a la que se llegó dio paso a una nueva fase en la que volvieron las restricciones, el uso obligatorio de tapabocas y hospitales desbordados de enfermos. Y aunque la mayor parte de las 250.000 personas que se han muerto desde entonces eran no vacunadas, la sensación de vulnerabilidad afectó el ánimo de todo el país.
“Biden no inventó el virus ni sus mutaciones. Pero este es un juego de expectativas. Y la expectativa era que en este punto de su presidencia el covid sería un tema del pasado. Por el contrario, ha seguido dominando el diario vivir y la gente está saturada. Y, por supuesto, responsabilizan al presidente porque es quien está a cargo. Es injusto, pues estamos frente a un enemigo invisible, pero las cosas son como son”, sostiene Simón Rosenberg, presidente de NDN, una firma de asesoría que tiene vínculos con el Partido Demócrata.
A eso se ha sumado la inflación, un tema hipersensible porque afecta el bolsillo de todos y de manera directa. De acuerdo con las últimas estadísticas, los precios han subido en promedio un 7 por ciento comparado con 2021. Se trata de la cifra más alta en 40 años.
Las explicaciones son múltiples y muchas de ellas están asociadas con la pandemia. Pero, como en el caso del coronavirus, es poco lo que Biden puede hacer para controlar un problema que emana de factores impredecibles y de alcance mundial. Sin embargo, es un costo que asume casi por completo, pues es el encargado de la política económica de EE. UU. Si bien los demócratas son la mayoría en el Congreso, las divisiones en su propio partido, especialmente en el Senado –donde hay dos legisladores que se alinean con los republicanos–, han frenado prácticamente toda su agenda.
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A finales de 2021 le tumbaron un ambicioso proyecto de ley que destinaba 2 billones de dólares a la reestructuración del sistema de seguridad social y medidas para combatir el cambio climático, dos de sus principales promesas de campaña. Y tampoco ha podido avanzar, por el mismo motivo, en la reforma migratoria que ofreció a los hispanos.
Y este año comenzó igual, con la derrota de una ley que buscaba garantizar el derecho al voto de las minorías, que está amenazado por las reformas que vienen aprobando los republicanos a nivel estatal.
Difícil porvenir
Si el 2021 fue difícil, el 2022 luce peor. De entrada, Biden enfrenta una crisis mayúscula con Rusia y su inminente invasión de Ucrania. Aunque es otro de esos problemas que está en sus manos controlar, un asalto de este calibre a un país aliado será explotado por sus rivales como muestra de debilidad. Además, ninguno de los desafíos que ya enfrenta –como el coronavirus y la inflación– va a desaparecer de la noche a la mañana.
De allí que los pronósticos para los demócratas en las elecciones legislativas de este noviembre se vean lúgubres. Con la popularidad del presidente por el piso, se da casi por descontado que perderán el control de la Cámara de Representantes y probablemente del Senado.
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Un escenario de pesadilla para Biden, pues no solo deja herida de muerte su agenda legislativa sino que abre la puerta para un diluvio de nuevos obstáculos. Los republicanos, de hecho, ya anticipan que piensan iniciarle un juicio de destitución. Y si bien no hay nada en el radar que amerite ese proceso, la oposición –ya en mayoría– tiene el poder para iniciarlo.
Los expertos sostienen que Biden aún tiene tiempo –tres años– para darle la vuelta a su presidencia siempre y cuando los factores que hoy lo amarran comiencen a resolverse. Por ahora, sin embargo, su panorama se ve desolador.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
Washington
En Twitter: @sergom68
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